El día 28 de julio, el cardenal Juan Luis Cipriani pronunció una homilía con motivo del 193 aniversario de la República del Perú. El cardenal ha hecho una serie de afirmaciones que resulta oportuno responder:
1. Las relaciones entre el Estado y la iglesia no se fundan en teología alguna. Por el contrario, el Estado se establece por grupos humanos muchos siglos antes de la existencia de la iglesia que el cardenal representa, o incluso de las religiones abrahámicas. Las definiciones del Estado moderno además, comienzan a formarse en el siglo XVI y se plantean más sólidamente en tiempos de la Ilustración y la Revolución Francesa, procesos que contaron con la férrea oposición de la iglesia.
2. El cardenal cita al Concilio Vaticano II en cuanto a que «la comunidad política y la Iglesia son entre sí independientes y autónomas en su propio campo». Al respecto, debería entender que esto se incumple en el Perú con la transferencia de millones de soles anuales del Estado a la iglesia católica, tanto en depósitos directos como en exoneraciones tributarias. Esa situación de dependencia y privilegio económico, de clara mentalidad colonial, es lo que el cardenal busca mantener. El ideal moderno de separación entre Estado e iglesia no le es conveniente.
3. El cardenal menciona que una democracia responsable debe buscar los criterios éticos para orientar sus instituciones esenciales. En ello concordamos, pero afirmamos que esos criterios están en la filosofía secular, la ciencia, la razón y la experiencia humana, ubicados justamente en las antípodas de los dogmas sobrenaturales y revelaciones divinas sin evidencia que la Iglesia defiende.
4. Dado que es fácil reconocer como statu quo desde los inicios de la República la intromisión de la iglesia en la política nacional, nos preguntamos si la ética de la iglesia tiene que ver con la proverbial corrupción de nuestros gobiernos. No olvidemos la cercanía del cardenal Cipriani con el gobierno de Fujimori y sus fuerzas armadas. ¿Dónde quedó la ética durante dicho periodo de gran influencia episcopal? ¿Es entonces el gobierno Fuji-Montesinista un ejemplo de lo que sucede cuando el cardenal Cipriani ejerce su mayor influencia en el Estado?
5. El Cardenal afirma que «El papel de la religión consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos». Al respecto, racionalidad e irracionalidad son dos aspectos opuestos y complementarios de la mente humana. La fe y el dogma que la religión encarna son manifestaciones contrarias a la razón, por lo cual no pueden superponerse a ella para guiarla. Más aún, la religión no es base alguna ni fundamento último de la moral, que por el contrario, es un atributo humano innato y evolutivo. La religión no tiene el monopolio sobre la moral. Menos aún la iglesia Católica, tan proclive a priorizar sus intereses sobre la protección de los niños, al haber encubierto sistemáticamente a criminales.
6. La laicidad es ajena a toda idea de dioses o religiones. Al ser organizada la sociedad con el poder civil por encima del religioso, la paz y las libertades civiles tienen mayor probabilidad de ser garantizadas. Cuando el poder religioso manda, suele haber opresión, discriminación, homofobia de Estado, exclusión y persecución de minorías, totalitarismo y atraso social. Además la influencia religiosa desmedida suele traer resultados sangrientos: serbios (ortodoxos) vs. croatas (católicos) vs. bosniaks (musulmanes), musulmanes vs. judíos, protestantes vs. Católicos (Irlanda), Shias vs. Sunnis (Irak), etc.
7. La problemática de la justicia social y la equidad en la distribución del ingreso son asuntos centrales en las políticas de Estado. Para ello existen instituciones y canales adecuados para su discusión y formulación. Como bien dijo Carlos Bruce, las políticas de Estado no se deciden en la sala de la casa del cardenal.
8. Finalmente, el cardenal dice: «Hay personas que desean que la voz de la religión se silencie, o al menos que se relegue a la esfera meramente privada». No deseamos silenciar a nadie, pues creemos firmemente en la libertad de expresión, en el mercado de ideas y el libre pensamiento. La opinión de la Iglesia es eso, una opinión entre otros miembros de la sociedad civil y no debe imponerse a todos los peruanos mediante la ley, pues el Perú no es una teocracia. Los no-creyentes no tenemos por qué vivir bajo leyes basadas únicamente en doctrinas de una u otra religión. La inculcación de doctrinas religiosas sí debe relegarse a la esfera privada, y quienes abogamos por eso somos personas interesadas en que el Perú tenga un Estado laico moderno que lo coloque en la ruta del progreso y el desarrollo.
Lima, 29 de julio de 2014
SOCIEDAD SECULAR Y HUMANISTA DEL PERÚ